Antonella
- José Alberto Pinilla -
Tal vez, Antonella, no vuelva a revivir el
cómo fue la historia, desde el comienzo hasta ese último día en que se despidió
arrancándole el néctar del placer con sus labios, a un desconocido, frente a un
mundo entero de extrañas presencias.
Quién
no ha tenido fantasías, alguna vez, de estar postrado lejos del mundo que lo
rodea; inimaginablemente lejos de la tediosa rutina; hastiados de la monotonía
de los mismos rostros cada día. Pero, lo peor, la tragédia del insoportable
aburrimiento. Antonella, una joven habitante de Villa María, una hija ejemplar,
una mujer a vista de todos “tradicional y ortodoxa”; una amistad única e
irreparable en cada una de sus acciones. Antonella, ya una mujer de unos 27
años de edad, logró apreciar una vida con toda la magia que las demás profesan
y sólo sueñan; toda una princesita, convirtiéndose en toda una mujer “hecha y
derecha”. Aún así, un determinante día de su perfecta existencia, al mirar en
rededor, logró notar algo que le resultó espeluznante… todo lo miraba desde
dentro de una burbuja.
Tiempo
pasó, desde el primer encuentro con ese nuevo descubrir de ella misma. Al fin,
sus vacaciones llegaron, la empleada precisa e inequívoca, la secretaria
eficiente y purista ya necesitaba ser dejada atrás junto a la mecanizada
rutina. Precisaba realizar algo impulsivo, su espíritu reclamando la libertad
de “Ser”. Así decidió tomarse su
tiempo, fuera de todo lo conocido, de todo aquello que le recordase ser Ella misma frente al mundo, ser todo lo
que los demás querían ver en ella, sin aún saber por sí misma lo que quería ver
al enfrentar sus propios ojos, al verse frente al espejo cada mañana.
¿Cómo
podría alguien, como la tan puritana Antonella, entender sus propios deseos, su
querer, cuando su voz siempre fue acallada por las voces de los demás,
reclamándole ser ella el ejemplo, por sobre las faltas de otros? Porque nadie
tendría la necesidad de reclamar a otros lo que por sí mismos podrían ser; o si
al menos tuviesen el valor de serlo.
Tomó
su rumbo hacia ciudad de La Plata, en provincia de Buenos Aires; hace tiempo
tenía ganas de viajar hacia allí, alguien alguna vez le comentó del carácter
bohemio de tal lugar y quiso conocer más al respecto. Una vez allí, recorrió
algún que otro café, por la noche algún teatro; continuó el siguiente día
moviendose por la ciudad, completamente sola sin nadie que le dijera dónde ir,
ni qué hacer. Dos días que pasaron rápidamente, mientras se alojaba en casa de
una amistad en calle 1, muy cerca de la estación del tren. La mañana siguente,
aún sintiendose extraña en sí misma, recordó los comentarios de su amiga al
hablar de capital federal “Esa ciudad es una locura es muy fácil perderse ahí
de día… ¡Imaginate de noche!” a lo que se le vino también otra charla acerca
del tren “Ese tren nena, nunca viajes en los últimos vagones, son para gente
rara, son los que dejan solo porque ya no hay más espacio para tanta gente, y
es un peligro, una se descuida y chau cartera; los asaltantes y pervertidos
sobran”.
Salió
temprano hacia la estación del tren, el clima demasiado humedo y frío en
plenitud de la estación invernal; casi parecia como las peliculas londinenses,
incluso la niebla dejando poco que observar en la distancia. Podía sentir cómo
hasta su ropa íntima se ahogaba en esa humedad sofocante. A pesar de sentir esa
fría transpiración dejada por tal clima, se sentía algo a gusto.
Ya
era hora, directamente a Buenos Aires, la ciudad argentina más grande, entre
más de 11 millones de almas tal vez podría encontrarse ella misma. Se sentó
justo en el último vagón, comprobó lo cierto de la exagerada cantidad de
personas viajando en ese medio. Junto a la ventana central del vagón. Pasaban
todo tipo de pasajeros, grandes, pequeños bolsos y bolsas, toda clase de
vestimente y equipaje, tanto hombres como mujeres; incluso uno que subió con
bicicleta y todo, dejándola junto a la entrada y él pegado. Junto a ella, se
sentó un hombre mayor, tal vez más de 70 años, con rostro de ser nada
comunicativo. Miró a penas de reojo a su acompañante en tal travesía que a
penas comenzaba.
Ya
llevaba un buen rato de recorrido el tren, y comienza a detenerse en la
estación de City Bell, una localidad no muy grande, pero vistosa para quienes
desconocen tales lares. En la estación, algunos bajan otros siguen colmando el
espacio ya demasiado reducido en todos los vagones. Gente parada, apoyados en
los asientos y asidos en las barras del techo, y otros apoyados en la entrada,
incluso sentados en las escaleras. La marcha continuó, mientras distraída
estaba frente al a ventana, alcanza a notar con la visión periferica alguien
parado junto a la salida, que no dejaba de observarla. Se anima a mirar hacia
ese extraño; pero él, ya está mirando hacia la puerta de salida que se encuentra
aún abierta. Ella, dando lánguido suspiro, siempre manteniendo la sombra del
extraño en el refilo de su mirada. Y logra notar otra vez que esa mirada
extraña vuelve a acosarla desde ese recóndito rincón en el universo; la
curiosidad por saber quién la había descubierto entre tantos y no le quitaba la
mirada de encima comenzaba a consumirla. Ahí estaba, un ser simple, con todas
las intenciones de pasar desapercibido en el mundo; otro isleño apartado en su
mundito. Un hombre, con rasgos toscos, de semblante apagado, y mirada perdida;
de altura y cuerpo promedio; en su vestir nada extravagante, parecía bien
planeado para pasar completamente desapercibido al mundo ¿Quién hubiese
sospechado que alguien tan simple, entre tantos, pudiese ser la escencia misma
de la perversión?
Y
ahí estaba Antonella, curiosa e impaciente; sin tener idea a dónde estaba
tratando de llegar. La curiosidad tal vez no alcanza a matar al gato; pero, la
perversión es capaz de sucumbir en su alma. Se sintió incomoda, en ese preciso
momento ya queria salir de la situación de querer estar mirando a un extraño el
cual no sabía qué tanto la observaba a ella también. No tenía ganas de ir al
baño y aprovechando el forcejeo de las ruedas del tren sobre los rieles,
distrayendo al resto de los pasajeros, aún así hacia allí se dirige.
Una
vez dentro de esa pequeña manifestación de cuarto de baño, se sienta en el
inodoro; siente algo de pudor al sentarse en ese lugar, no tanto por ser de uso
público, sino, por la ventana tan grande “Si
se corriese la cortina, todos afuera me estarían viendo” pensaba para sí
misma. Se puso de pie, sólo para revisar bien la cortina lo que la distrae
fácilmente. Mientras aún estaban en trayecto de zona urbana mira por la ventana
y nota que unos transeuntes alcanzaban su mirada hacia las ventanas ¡Qué
incomodidad! Sentirse observada por extraños desde el exteriór; y cerró la
cortina de golpe. Pero, no del todo, algo de curiosidad mantenia lo suficiente
de espacio como para aún ser descubierta su presencia. Se sintió apenada, sin
saber por qué permanecía allí; ya pensaba en volver a su asiento; o tal vez no,
quizá otro. Otra duda e inseguridad, curiosidad y miedo, deseo y perversión por
un extraño.
Mientras,
en el vagón siguiente, se escucha un grito de una mujer asustada tanto como
enojada. Mientras el tren aún en lenta marcha, pero en movimiento constante, un
joven adolescente, arrebata la cartera a esa mujer y escapa de ella corriendo,
aprovechando la marcha salta y se va caminando hacia las calles, sabiendo que
la mujer no saltaría en su búsqueda por temor a lastimarse. En ese momento, el
extraño, cuando todos estaban distraidos, unos mirando a la mujer otros mirando
el rumbo del ladrón, toma su propio rumbo, encarecido se dirije al baño.
De
repente, un portazo detrás de ella; la puerta se abre y cierra de inmediato. Antonella,
percibe una presencia, detrás. Intenta hacer un paso hacia atrás y choca contra
el pecho del acosador; intenta darse vuelta pero en el mismo instante se
arrepiente y no se atreve a formular sonido alguno. Miedo, terror,
incomprensión por lo que está sucediendo. Sin embargo, un tremuloso deseo, una
vida atrapada en una burbuja que ya quiere ser atravesada y desecha para
siempre. Su espíritu juvenil reclamándole dejarse llevar por cada momento que
respira. Cada poro de su piel parece querer despertar a nuevos placeres.
La
presencia del extraño, la acorrala de tal manera que parece querer asegurarse
que ella nunca más pueda dar un paso atrás. Es entonces que, Antonella,
comienza a sentir arrepentimiento de todo aquello que ya parecía su inebitable
destino, demasiado miedo, intenta hacerse para atrás de golpe; pero, en el
intento sólo logra apretarse más contra el acechador; y siente la dureza del
miembro viril presionando contra su espalda, su blusa ya se comienza a
humedecer por el producto de la erección, hasta sentir la piel empapada por ese
cálido y escurridizo liquido. El pene, aún no la atraviesa; pero, ya siente ser
atravesada por nuevos deseos en su vida; y se percata de una extraña ambivalencia:
odia la idea de estar atrapada ahí; pero, ama la misma idea de estar atrapada
justo allí. Pudor por aquel miembro que la acosa; sin embargo ¡Qué placer
sentirlo tan duro apretandola! De pronto, reacciona e intenta con ambas manos
hacia atrás separarlo, golpeándolo, tratando de llevarlo hacia atrás. Más trata
ella, más firme se para él. Hasta que la toma por las muñecas y las lleva a la
altura del pecho abrazándola, dejando cruzados sus brazos y se dispone a levantarla
a penas unos centímetros del suelo y una vez hecho da un paso al frente.
La
cortina está a penas abierta; al notarlo, Antonella, se le viene el recuerdo de
los transeúntes que miraban hacia las ventanas durante el viaje ¡Qué terror!
Que la vean así, con un desconocido apretándola; y para mayor, alcanza a
escuchar el murmuro de los pasajeros en el pasillo del tren. No se atreve a
gritar, tal vez el miedo a ser descubierta en tales circunstancias superaba el
hecho mismo pronto a ocurrir. El silencio la posee ahora. Incluso, deja de
forcejear, ya no trata liberarse; a pesar de todo, se mantenía firme y rígida. Sigue
mirando entre la cortina, hacia afuera; el tren ya esta sobre el andén de Villa
Elisa y nota toda esa gente mirando hacia las ventanas. Le vuelve la idea,
sigue aterrada, por ser descubierta, ahí, justo ahí, justo ella. Trata de
apoyar ambas manos sobre el vidrio, para alejarse con todas sus fuerzas; pero
él, la toma por el pelo y jala y la empuja de nuevo contra la ventana; deja esa
mano apretándole la cabeza contra el vidrio.
- ¿Tenés miedo que te vean “turrita”? A los
de afuera aunque pudiesen verte, a nadie le importa quién sos. Sólo me tenés a
mí.
Ella,
ahora apoya sus manos sobre el vidrio e intenta separarse de ese instante con
todas sus fuerzas, es demasiado el bochorno; pero, Él asegura su cabeza la
lleva un poco hacia atrás y la tira vehemencialmente contra el vidrio de nuevo;
y se acomoda mejor, dejando sólo un
brazo para sostenerla; lleva la otra mano por detrás, atrapa el vestido para
levantarlo; lo levanta y luego se desabrocha el cinto de su pantalón y se lo
baja, junto a su ropa interior. El pene, que aún sigue duro presiona contra las
nalgas, y percibe cómo ella de tan temerosa apreta; comienza a deslizar la
punta del miembro hacia abajo siguiendo la raya entre las nalgas, y puede notar
cómo a pesar de temblorosa la carne, al sentir el húmedo rastro de semen, esa
sensación pegajosa y húmeda y tíbia, empalagando su piel, puede sentir ella, esa
violación en cada poro de su piel que lo absorbe. Mientras, esa verga, curiosa,
empina hacia la base de la entrada vaginal, esa lasciva antesala que ya tanto
tiempo ha estado esperando algo así de duro e intenso. Ella, siente la corteza
del pene frotandose contra la línea de su ano; la cabeza ya está del otro lado;
entonces, él, agarra sus nalgas y las separa y al momento de hacerlo, ella, del
miedo vuelve a apretar y al hacerlo siente esa verga apretarse ahí mismo. Él,
con la mano que sostenía sobre el pecho ahora la usa para agarrar la mano de
ella; la lleva hacia la punta del pene, la presiona para que acaricie y tome y
presione más contra la vagina.
Antonella,
alcanza a oír el ruido del forcejeo del tren tratando de llevarse a todos a la
vez. Y así ella también empieza dejarse llevar. Su cola sigue oprimiendo, pero,
ya no por miedo; por el simple placer de tener esa verga atrapada. Comienza a
pecibir cómo el cuerito del pene se corre hacia atrás, mientras crece a su
punto; con sus dedos, ella, trata de frenar la corrida del prepucio, pero está
tan duro e hinchado el miembro que es imposible retenerlo; siente la cabeza
totalmente desnuda, amenazando penetrarla hasta el cuello uterino. Logra
apreciar ese desnudo e impaciente pedazo de ser, tan caliente que el clitoris
llega a temblar de ansias de conocer su brutal choque. Ese pequeño vicioso se
prepara y endurece; ella, ya siente cómo trata de salir a la vista para que el
pene lo atrape en el primer forcejeo contra la vulva justo antes de apretarse
contra las paredes que lo esperan ya transpiradas, se sentiría tal vez una bala
de cañón al atravesar una puerta de papel. Antonella, sigue agarrando la punta,
y cuando trata de hacer envión hacia dentro, se asegura de mantenerlo en rumbo
correcto. Al fin, esa dureza está dentro de ella, de un solo golpe; siente el
choque de la pelvis contra su espalda, empujándola desesperadamente contra la
ventana, dejándola sujeta al vidrio y la cortina. Pero hay más, nota que ese
desgraciado aún quiere entrar más, más adentro; se pone de puntas de pie,
apenas sosteniendose con los pulgares de los pies. Él, flexiona un poco las
rodillas, la toma muy fuerte de las caderas y empuja, y sigue empujando, el
pene comienza a chorrear más semen entre las paredes vaginales, lubricándolo
todo por dentro, ascelerando más la entrada y sigue empujando; lo siente
impacible, insaciable e incapaz de conocer el fin de esa cueva de los más bajos
deseos que tanto tiempo fueron guardados y escondidos, detrás de la hipocresía
del pudor.
Ahí
está, Antonella, toda una perra en celo, una puta en su pleno. Sintió chocar
ese implacable miembro tan dentro suyo, que abrió los ojos de golpe, la cortina
se había corrido un poco más. Su blusa aún en su lugar y el frente del vestido
la cubrían por el frente. Pero, el pudor no logra cubrir su rostro, ni al
victimario que sigue dentro de ella. Intentó zafarse, no dejando saliera el
pene; quiso salir de esa ventana, sin embargo, no se atrevía a dejar salir ese
pedazo de existencia que seguía duro y húmedo y caliente. Intentó cerrar las
cortinas. Lo logra, de todas formas el tren estaba pasando por lugares poco
transitados, aun así la preocupación de llegar a la próxima estación así. A él,
no le importó, seguía empujando; ella, se aferró a las cortinas con ambas
manos, e inconscientemente las deja abrir lo suficiente para mirar hacia
afuera. El miedo ya se iba tornando la misma voluntad del deseo; sus cuerpos
mantenían su paso de choque, el pene no se aplacaba ante la constante fricción,
las caderas forcejeaban, cada tanto ella, se golpeaba contra el vidrio, y
mantenía firme sus manos en las cortinas.
Antes
de darse cuenta del tiempo transcurrido, ya era inminente el arribo a la
estación de Plaza Independencia. Una de las estaciones de trenes más grandes
del país, de la ciudad más grande y repleta, millares de personas esperando en
los andenes. Antonella comenzó a ver cómo el tren entraba en la ciudad, así
como el imparable pene entraba abusando de su sexo, sin importarle nada de lo
que sucediera afuera. Ya avistaba los primeros transeuntes de la ciudad, unos
pocos las calles de entrada. No se atrevía a mover las cortinas, ni para
cerrarlas. El intruso pene se aquietó dentro de ella, sólo por un instante. Más
avanzaba el tren, más volvía a su marcha de entrada y salida de tal placer
vaginal. Antonella, al fin, nota que sólo unas cuadras restaban a la estación y
empezó a temblar; Él, nota cómo sus muslos se tensionaban y endurecían, cómo
las nalgas de la víctima antes trémulas ahora se ponían firmes, cómo la piel
enrojecía más que el mismo placer de su sexo recibiendo el miembro viril
ajustado a su fortuna. Ella, trató de moverse, pero, se paralizó, todo dentro
suyo le gritaba alejarse; sin embargo su carne siempre fue débil. Deja escapar
una leve queja entre sus labios, con la voz al punto de quebrarse en lastimoso
llanto. Sólo unos cien metros, quizá. El terror la inundó, dio un salto hacia
atrás, o lo intentó; sin éxito de moverse, aún estaba sujetada contra el pecho
del invasor. Intentó cerrar bien las cortinas y ahí mismo, puede sentir
detenidamente como esa turbia verga se toma su tiempo para comenzar a salir, se
detiene un momento a mitad de esas paredes abrazadoras de fulgor, y sale de
golpe. Él, se planta más firme que nunca, le agarra las manos, mientras estas
todavía estaban aferradas a las cortinas, le atrapa de tal manera que no le
permite abrir las pequeñas manos de Antonella, asidas las manos con cortinas y
todo, él, jala en tropel abrumador, arrancando las cortinas de la ventana; la
ventana lo suficientemente alta como para dejar ver el cuerpo de ella, desde
las rodillas hasta el rostro entero.
Antonella,
trata de darse vuelta, el miedo es irreparable; pero, él, aun asía sus manos y
la vuelve a dejar contra la ventana.
-¿A dónde crees que vas? Vos haces lo que
yo digo, y nada es negociable. Y si te atreves a desobedecer… - Alcanzó a decir
él.
La
presiona, aún más, contra la ventana, al tiempo que le arranca la pollera de un
tirón; y como acto involuntario, ella, se siente traicionada por su propia cola
que se levanta un poco echándose hacia atrás, por sí misma, y exponiéndose
tanto que se puede notar la concha desde atrás; él, vuelve a tomar el cinturón,
lo dobla bien envolviéndoselo en la mano y azota las nalgas, y repite dos veces
más el azote cada vez con más fuerzas, tanto es el ardor que siente hasta las
paredes vaginales estremecerse. Ella, que todavía tenía puesta la ropa
interior, pero corrida la bombacha de cuando pasaba el pene por allí, esta es
algo visible desde afuera. Sigue mirando hacia afuera, pero, mira sin ver, oye
el roce del cinturón sobre ese pequeño techo y su mirada trata de saber de qué
lado vendrá el próximo azote y el culo se sacude una y otra vez del dolor, los
dedos de los pies parecen querer torsionarse, todo el sistema nervioso parece
descontrolado al sentir ese último azote, de tal forma que llegó a morderse los
labios de placer, en el preciso momento que el clítoris se sintió fulminado por
un rayo de ferocidad. Sólo la blusa quedaba puesta, cosa que ya estaba
determinado a resolver puesto que ya era demasiado molesto verla con tanta
ropa. La toma del cabello por detrás, a la altura de la nuca y la tira hacia
atrás. Mientras la cabeza de Antonella, es apretada contra el pecho de su agresor,
él, lleva la otra mano por el frente hasta lograr levantarle la blusa,
dejándola a la altura del cuello, pero, sin sacarsela. El corpiño queda de moño
a la vista, y los senos se agitan y retemblan al sentir el aire fresco y húmedo,
ya expuestos al cristal transparente que daba a esa zona, donde todos miraban
el tren pasar; los pezones se endurecen por el frío del vidrio, al estar tan
presionados; aún así, se excitan por el roce constante y movimiento. El
clítoris se excita más, al percibir esa brisa que ingresa por las grietas en
los costados de la ventana, la cual se dirige ya a acariciar la raya entre las
nalgas, al sentirla en la piel, cada pequeño músculo en la base capilar se
contrae y se dilata cada poro haciéndola sentir indefensa por completo. Mientras, él, lleva su boca al cuello de
ella; da unos suaves besos, casi como caricias, a tan suave y noble piel; pero,
no se resiste a su bestial deseo, no bastándole apoyar sus labios, siente una
imperiosa necesidad de morder esa piel, la muerde con una desesperación
descomunal y estira la piel con sus dientes, luego lo mismo en el hombro,
disfrutando sentir como los hematomas se formaban entre sus dientes.
-Levantá los brazos. – Le susurra al oído,
en tono imponente.
Al
no hacer caso en primera instancia, él, toma la blusa por detrás, ahora
agarrando el pelo y tela, a la vez, asfixiándola al presionar tanto el cuello.
Entonces, esta vez, si levanta sus brazos. Él, pasa el cinturón por la hebilla,
dejándolo como lazo y ata así sus muñecas; lleva el otro extremo del mismo
hacia la barra donde estaba sostenida la cortina y ahí lo asegura. Así queda el
cuerpo de Antonella, desnudo, su cara, su vagina, sus senos, el vientre,
temblorosos muslos y la verga de un extraño asomándose por debajo. Expuesta por
completo frente a esa ventana. Y sigue temblando; baja la cabeza, pero, él, le
da una bofetada con la mano bien extendida sobre el costado del rostro. Se
vuelve a asegurar de apretar bien los cabellos y de exponerla mejor contra la
ventana. El tren comienzaba a reducir la velocidad, ya faltaba tan poco para
arribar a la estación. Tan poco para que un mundo entero la vea así: desnuda y
exhibida como “toda una putita”. Al no poder apartar la cabeza, Antonella, apreta bien sus párpados, cuando va
presintiendo ya el arribo al andén; sus manos fuertemenete atadas, imposible
escapar al momento. Casi, casi termina de detenerse. Todos sus sentidos se
agudizan, ante el temor a todo, todo lo que se aproxima; puede oír de forma
clara cada detalle de cada sónido, el forcejeo de las ruedas del tren que ya
van mermando la velocidad de giro y esfuerzo y la constante fricción; en
cualquier momento el freno las va a hacer chillar, como comienzaría a chillar,
ella, al sentir como ya amenazaba ir entrando ese impiadoso miembro en su
cavidad anal. Aún así, su atención percibe el murmullo en el pasillo, esas
voces inquietas; algunos parecen amontonarse en pasillo de salida. A forma de
orden, él, susurrando pero haciéndose escuchar bien le dice “¡Abrí los ojos!”.
Y sin darse cuenta, ella, como acto inconsciente, separa sus parpados dejando
sus ojos aventurados al paisaje frente a la ventana: ¡El andén!
Alguien
golpea la puerta del baño; Antonella, logra ver un numeroso grupo de personas
en el andén; su piel ya toma un color rojo furioso. Entonces, él, la toma
fuertemente del cabello y blusa a la vez y la tironea hacia atrás, al tiempo
que introduce de forma muy violenta el pene hasta atravesar el recto.
Antonella, hace mucho esfuerzo por no gritar, no quiere llamar la atención, no
quiere que alguien note que está ahí, desnuda, frente a todo un mundo de desconocidos.
Mientras, afuera, todos parecen charlar entre ellos; a pesar del forcejeo, a
pesar de estar lleno el andén, a pesar que su ano parecía no tener más capacidad
para esa mezcla de semen y transpiración que ya se iba desbordando por la
salida, escurriendose a penas en cada movimiento brusco del miembro,
desesperado y furioso tanto como impiadoso. A pesar de no querer estar allí,
Antonella, su cuerpo se resiste a obedecerla. La vergüenza es grande; pero, el
instinto animal todo lo supera. Su cuerpo se embebe de ese momento, tanto que
ya sólo puede saciarse con esa verga incansable dentro. Tanto que al ir
saliendo la verga de su cavidad, no sabe declarar, su mente, si la queja es por
la impiadosa dureza del miembro o por temer a ya no tenerlo dentro.
Todos
los pasajeros, comienzan a bajar, mientras, ella, aún está allí prisionera de
la humillación. Nadie está mirando hacia esa ventana; sin embargo, ante la
preocupación exasperada no alcanza a notar que nadie está mirando hacia esa
ventana. Se aterra. Casi puede sentir como si los 11 millones de habitantes de
esa ciudad preparan sus miradas acusantes, parados en el andén, justo frente a
su ventana; y el resto del mundo, golpeando la puerta, tratando de entrar sólo
para verla siendo golpeada y humillada por ese extraño insaciable, insaciable
de su dolor; despreciable en su afán de someterla a la perversión de mostrarla
desnuda al mundo entero. Al fin, él, libera sus manos del cinturón y sus brazos
caen de golpe por la extenuación de resistir tal forcejeo; a pesar de ello, no
se da cuenta, su sistema nervioso ya no le permitía tal cosa como el dolor o
cansancio. Cierne su pecho contra la espalda, la mira de costado y nota sus
ojos llorosos y ahí mismo, le propina otro sopapo en la cara; la vuelve a tomar
de la cabeza y sigue con la dichosa tarea de exponerla frente a la ventana.
- ¡Mirá estúpida!
- ¿ah? – con la voz resqubrada, apenas se
oyó la estremecida Antonella.
- Nadie se da cuenta que estás acá… a nadie
le importa tu sufrimiento. Sólo mi verga está preocupada por estar dentro tuyo.
Aún
así, ella, sigue sin darse cuenta que nadie mira hacia esa espacio, ese rincón
en el mundo está apagado para el resto. En un tosco movimiento alcanza a taparse
la cara, con ambas manos. El apreta más su cabello, manteniendo fija la
voluntad de su presa, un solo golpe detrás de las piernas obligándola a
arrodillarse; la gira un poco dejándola de costado ante el portal a la
vergüenza, quedando él también así y con su miembro tan duro como inflamado
frente al rostro de la humillada dama.
- ¡Chupá! ¡Chupá, putita que de nada te
sirve llorar!
La
toma de los pelos, con ambas manos, separando en dos colas y la balancea
brutalmente hacia adelante y hacia atrás, asegurándose que ella pueda sentir
hasta el último milímitro del pene de la punta hasta la base, pudiendo hacerle
sentir los hinchados testículos golpear contra la barbilla. Ella, puede notar,
cómo la piel del miembro se apreta aún más; su lengua puede apreciar cada línea
de las venas inflamadas de locura. Cada llegada hasta el fondo casi al chocar
contra su garganta, ella, presiona más sus labios, encerrando toda esa verga y
succionando, y succionando hasta los testículos. Él, se excita por demás, hasta
dejar explotar su miembro en la boca de la desdichada; depositando cada gota de
infernal y húmeda locura en su paladar. Ella, puede sentir como el semen y
esperma chorrean en su boca, cree ahogarse de ansia, atragantándose con el rigor
de un desesperado. De pronto se escucha en la distancia, a alguien llamando a
seguridad, se oyen pasos en el pasillo, acercándose a esa puerta. Antonella, se
asusta y se ofusca. Pero, más se asusta más se excita y se aferra a las caderas
con ambas manos, y ella misma empuja su boca contra ese miembro con todas sus
fuerzas. Chupa de tal manera que pareciera querer arrancar esa verga. Ella, le
gusta la sensación de percibir como si fueran litros de semen acarreando
millones de espermatozoides; hasta la última gota de semen, hasta el último
espermatozoide deslizándose por su garganta.
Todos
los que debían bajarse del tren lo hicieron, así como todos lo que debían
subirse para nuevo viaje. Nunca nadie se acercó al final a aquella puerta; por
lo que, él, simplemente salió de allí y se bajó, desapareciendo entre la
multitud en la estación.
Antonella,
postrada en el suelo de esa pequeña habitación, aún percibía la humedad en sus
orificios, las paredes vaginales aún palpitantes, su cavidad anal mantenía el
ardor del momento y de su boca aun no se disipaba el sabor del néctar de la
locura que le había arrancado a un extraño, con sus propios labios. Entonces,
su visión periférica alcanza a notar una figura en la ventana. Se sintió, otra
vez, invadida. Un hombre de mediana edad delgado, con barba a medias blanca, la
observaba detenidamente desde afuera. Con todo el pudor a pleno se levanta y
vuelve a colocar la cortina en su lugar con bruscos y torpes movimientos, pero
lo logra al fin. Esta temerosa, y a la vez no recuerda haberle visto la cara a
su agresor, por ende ahora no sabe si es el que se encuentra allí afuera
también; le remuerda la duda, abre la cortina, queda mirándolo fijo a los ojos;
tarda en reaccionar que aún esta desnuda frente a la ventana y se ruboriza por
completo y vuelve a cerrar la cortina.
Una
gorgorita, una pequeña burbuja centellante más que reventaba en la gran
estación de Buenos Aires.
REALMENTE MI AMIGO , ERES UN ARTISTA MUY TALENTOSO !!
ResponderEliminarTU RELATO PROVOCA TODO TIPO DE SENSACIONES Y REACCIONES ..HORROR ...ASCO ..INDIGNACIÓN ..PENA ..DESCONCIERTO ..RECHAZO A LAS ACTITUDES SADOMASOQUISTAS ...EN UNA PALABRA ..ESA ES LA FUNCIÓN DEL ARTISTA ,,PROVOCAR ALGÚN TIPO DE EMOCIÓN ,,PUES SI ESE PUENTE ENTRE EL AUTOR Y EL LECTOR NO SE ESTABLECE ,,NO ESTÁ BUENA LA CREACIÓN Y HABRÍA QUE BUSCAR LA FALLA EN EL AUTOR !!!! TE FELICITO NUEVAMENTE !!! ERES UN ARTISTA MUY BUENO !!! SI NO SIMPLEMENTE QUEDA COMO UN RELATO DE PERIODISMO POLICIAL ..SIN EMOCIONES ,,SOLO INFORMACIÓN !!! UN ABRAZO MI AMIGO .....!!!