lunes, 12 de abril de 2021

Un sueño entre las sombras

 Un sueño entre las sombras


En un mundo tan lejano a éste, tanto así que ni la imaginación alcanza a llegar, un ángel, que como otros tiene el don divino de leer las almas, pasa por la morada de Minos, el juez de las almas. En ese momento, Minos, estaba juzgando un alma. Este ángel comienza a leer esa vida; momentos después, se siente completamente abatido por la tristeza; éste, después de leer a esa joven, habla con el juez. Le pregunta cuál será el veredicto. El juez, responde “La ley del señor es inflexible, ella, debe pagar su error”. Ella, una mujer que sufrió mucho en vida; perdió un embarazo por ser golpeada y, aún así, el odio no consumía tiempo en sus días; nunca tuvo hijos; mas, a sobrinos e hijos de otros siempre trataba con cariño. Su estado de soledad solo le acercaba dolor, tristeza en su vida. Hasta que llegada completamente sola a la edad de unos 70 años, casi llegando al final de su vida, se suicida.

- La ley es sagrada – Dijo Minos - no importa que haya sido una persona buena, nunca tuvo odio a los demás siempre respeto a todo ser. Sin embargo, la ley debe cumplirse. Atentó contra su vida.

-Pero, nuestro señor – refuta, el ángel -  nos ha enseñado a perdonar, a dar otra oportunidad a quien se la merece.

-Ella, ya está aquí y debe ser juzgada – Alcanzó a responder el juez.

-Entonces, permítele volver a nacer. Que aprenda en una nueva vida, si no merece el paso por tierras sacras, al menos, darle una oportunidad de que enmiende su error.

-Si tanto insistes, ya debes saber cuál es el precio a tal pedido. ¿Estás dispuesto a arriesgar tu lugar, por un ser tan caprichoso, por un solo individuo de una especie que contradice sus propio querer, en sus actos, de mentes que lo mejor que aprenden de sus errores es cómo volver a cometerlos?

-Es cierto, es una especie inmadura. La especie completa es como sus niños, necesitan que los mayores creamos en ellos, para tomar fuerzas y volver a levantarse después de cada caída; necesitan sentir que creemos en ellos, para aprender de sus errores. Y así mismo, cuando sienten que no estamos cerca, se aterran, dejan, no sólo de creer en nosotros, sino, en sí mismos. Tienen la capacidad, la virtud, los valores correctos, en sus almas; pero sin su creencia, son ciegos conducidos por otros ciegos. Ningún ser quiere ver, si no cree que la luz sea algo que vale la pena ver.

Después de larga charla entre ambos, finalmente le dan la oportunidad de volver a nacer. Pero, algo más sucede. Ella, nace, seguido de ella, él, somete su inmortalidad, y su sagrado lugar, solo para seguirla y acompañarla.

Nacen en lugares diferentes, y aún así, él siente que debe encontrarla... Se somete a una vida de sufrimientos, solo para comprender el dolor de esa alma que tanto lo había absorbido.

Él, vivió y creció en un orfanato. Conoció la humillación y abuso, le supo amargo el sabor del hambre, comprendió el frío de la soledad en oscuros rincones. Incluso más de una vez se vio postrado, ante su propia cobardía, en situaciones en que sus fuerzas no parecían suficientes para levantarse por sí mismo y seguir adelante. Por otra parte, logró asumir el orgullo de la pobreza material, luchar para sobrevivir. Sin embargo, un pequeño haz de luz le permitía ver que había algo más allá del sufrimiento, lejos de las sombras, algo le esperaba. Ese haz de luz, era la fuerza en sus pasos; sin comprender, del todo, sólo sabía que a un lugar debía llegar, a la vida de alguien debía llegar. Tenía que levantarse, sin importar que tan duro fuesen los golpes; alcanzaba a comprender que no solo su alma dependía de ello.

Ella, que nunca conoció la pobreza, el hambre ni el frío; que su vida no supo de carencias ni de tantos excesos. Algo, sin embargo, la sobrellevaba: la soledad. Sin importar cuánto tratase, no conseguía la forma de abandonar esos sentimientos: dolor, tristeza, soledad. Su alma no se desprendía de un pasado que su mente no comprendía. ¿Sería, tal vez, que la pérdida de un hijo trasciende las vidas? Sólo algo seguro había en su andar, el silencio de su alma incapaz de recordar.

Una noche, en que el cielo, cuando todos se distraen, aprovechó a suspirar sobre la piel de su amada tierra, regalando su aliento cálido en los oscuros rincones de la corteza; ella, también sintió la necesidad de suspirar y la soledad y el silencio en su interior finalmente gritaron: “¡Piedad!”. Y sintió la necesidad de salir de su pequeño cuarto de pensión, escapar de esas monótonas paredes que parecían representar su interior y ya no quiso ver más, por fuera, lo que sentía por dentro.

Salió a la vereda, ya a horas de la madrugada, en rededor aún se podía sentir el cálido suspiro de Urano, una brisa de redundante placer consentidor a la piel. Comenzó a caminar sin saber a dónde, sin saber si buscaba o escapaba, sin saber a qué. Sólo caminar, sólo avanzar. Tal vez hasta revivir o terminar de morir en lo que su alma sentía arrastrar. Sin embargo, algo sí tenía bien claramente propuesto… no llegaría al amanecer sin haberlo intentado.

Él, una noche más como tantas otras había salido a caminar para tratar de combatir el insomnio, caminar hasta el cansancio y poder dormir. Una vida de desagradables recuerdos ¿Cómo evitar las pesadillas? Sus preguntas nunca conocían respuestas: “¿Cómo hace el ser humano, para sobrevivir entre tanto dolor, odio, rencor, envidia, ridículas guerras por poder, obsesiones por la adquisición material… y más?” “¿Cómo hacen esas personas que son felices? Acaso ¿Conocerán a otro Dios a parte del que he conocido? Al que conozco poco le importa si somos felices, sólo quiere que se cumplan sus reglas y es implacable. Pero ¿Qué hice mal? Siento como si mi alma hubiese sido amputada y no sé qué es. Y aún así, no puedo dejar de creer que Dios lo ha sido todo para mí: mi padre, mi maestro, el creador de mi alma. A veces sueño con el sufrir de miles de generaciones; tal vez por eso al despertar siento que mi vida, cada experiencia, es para comprender la potencia oculta en esta sufrida especie… y siempre termino hablando como si fuese de otra especie; y sólo soy uno más del montón, caminando entre ellos; pero, qué extraño, siempre que los miro a los ojos puedo, simplemente, entender sus almas y no sé por qué ellos no saben que yo sé, si se supone que si yo puedo ellos también; somos la misma especie, creación del mismo Dios ¿Por qué no entienden?”.

En una de esas esquinas por donde el tiempo parece pasar a descansar de cuando en cuando, por donde los pasos de los desconocidos predestinados a conocerse, sólo sus pasos alcanzan a llegar, aún sin saber cómo llegaron, sólo llegan. Ella se distrajo al llegar a la esquina al mirar un gran cartel en frente en que había pintado un gran ruiseñor, se detuvo casi conteniendo la respiración. Él, se acercaba por el otro lado, entre preguntas y preguntas levantó la mirada casi por inercia de su alma tratando de reponer el paso y la mirada al camino; y quedó embobado mirando el cartel del ruiseñor, sin entender qué decían las letras debajo de la pintura y se distrajo aún más tratando de leerlas, sin dejar de caminar, de avanzar, a tal grado fue su distracción que no notó la presencia de la mujer en la esquina, justo frente a él, justo sobre su paso.

Cuando, al fin, se conocen, cuando al fin chocaron sus destinos, él es un simple hombre, al verse ya cruzadas sus miradas, ella notó algo, en esa mirada que le atravesaba el alma… un ángel bajó, a ella, y despertó un sueño entre las sombras. Y él, en la mirada de ella, recordó cuánto valía la eternidad de su alma, el amor de esa mujer, ese único ser en el universo entero.


-José Alberto Pinilla-